En el tren va sentada una chica pelirroja
de rostro largo y pálido
que tiene la mandíbula de los Habsburgo.
Lleva puestos unos jeans
y una camisa a cuadros azules y magenta.
Va leyendo y no le veo los ojos.
Las pestañas son rubias
y las manos son grandes.
Posa sus dedos largos
sobre las páginas del libro mientras lee.
A ratos se humedece
los labios rosados con la lengua
y entonces son más rosados todavía.
El tren se detiene por unos minutos
pero no me importa;
voy a la librería más antigua de Chicago
y, mientras miro a la chica,
quisiera encontrar
en la sección de libros raros
uno sobre la casa real de los Habsburgo
y su descendencia endogámica.
Ella sigue leyendo
negándome el color de sus ojos.
El tren va subterráneo y rápido
y los demás van sentados en su mundo
soñando, sufriendo, descansando
sobre el azul de los asientos.
Hemos salido de la oscuridad
y a través de la ventanilla
puedo ver la cúpula
de la iglesia de San Alfonso.
Entonces la chica pelirroja
lleva puesto un vestido negro
con mangas abullonadas
y el corpiño bordado con hilos de oro.
El tren llegará pronto a mi parada.
Tendré que salir a la estación
y ella se quedará sola leyendo.
Saldré a mis libros viejos
y al frío de la calle
y ella no me mirará nunca.
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Pixabay SAYDUNG |
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