sábado, 12 de agosto de 2017

Arroz chino y suerte



En Chicago, la ciudad de los vientos, los insectos y los gatos se adueñan de los meses de verano. Los gatos se tiran a dormir en las escaleras. Las abejas zumban sobre las margaritas silvestres y las moscas existen hasta que el sol se oculta, casi a las 10 de la noche. Tiene un clima de locos; lo mismo puede estar a 80 grados con un sol espléndido que cambiar a 68 con vientos fuertes, todo mientras terminas de cerrar la puerta al salir y darte cuenta que debiste haber traído tu suéter.

Chicago huele de un modo peculiar en el verano. Es un olor que todavía no puedo nombrar pero que flota denso en el ambiente, igual que los enjambres de moscas sobre los zafacones. Persiste -aun- sobre el aroma humeante de la comida del restaurante chino donde compro la cena de vez en cuando. Hace unos días entré, desorientada porque en mi reloj eran las 8 de la noche, y el sol estaba todavía alto. Pido arroz frito y vegetales salteados. Salgo cargando mi cena. Viento fuerte. Todavía busco un nombre para el olor de este verano. Ya en casa, la galleta de la suerte me presagia que este año me traerá maravillosas nuevas experiencias. Y yo sin mi suéter.