que mientras me endulzo el café
y muerdo mis tostadas
sentada frente a mi mesa
que fácilmente acomoda a seis personas
la dejo que me observe;
le permito que siga
mis pasos por la casa:
lavo la ropa y mira,
enjuago un plato y mira,
trapeo el piso y mira.
Toda esta rutina que transcurre
a través de su ojo de hierro
termina cada noche
cuando la miro sobre la cama
imitando a los gatos y a los perros,
debajo y sobre un cuerpo,
mordiéndose los labios,
secándose el sudor
debajo de la nariz,
sonriendo ante el recuerdo
de la taza de café sobre la mesa,