sábado, 13 de junio de 2015

Espérame en Córdova

Siempre me lo decía en sus cartas: te esperaré hasta el fin del mundo. Ese día me tomé el pocillo de café negro y me puse mi uniforme. Como llevaba afán, dejé sobre el camastro su carta sin leer. Salí caminando. Llevaba las palmas de las manos casi juntas, sobre el vientre. Un ruido de cadenas mortificaba mis tímpanos y un hilillo de agua me seguía. Al bajar la carretera, pasando por el barrio de Córdova, el hilillo de agua traspasó el cristal  y se metió en mi boca. Mis manos y mis pies seguían unidos por las cadenas cuyo ruido se había ahogado dentro de mis tímpanos. Yo caí hasta el fondo. Me acordé entonces de la carta: había llegado al lugar donde ella dijo que me esperaría.





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