Hay que tener cuidado de ellos –hablaban cautelosas–, son capaces de entrar por donde menos lo esperas, apoderarse de los espacios y arruinarlo todo. Afuera los dueños de la casa daban voces para que los dejaran entrar. Pero de nada les serviría; las hormigas habían trabajado toda la mañana sin cansarse, clausurando puertas y ventanas y ahora descansaban a la mesa, sin inmutarse, tomando el té.
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