En el cuarto vacío hay una cama, arreglada con sábanas blancas que huelen a lavanda. A un lado de la cama hay una mesa, con una lámpara hecha en hierro forjado y unos espejuelos sobre un libro. Hay una pintura con la imagen del abuelo colgando en la pared. En el armario hay ropa, limpia y planchada. Todos duermen, despiertan, conversan, salen, llegan, ríen, a veces lloran, cantan; los niños entran y salen de las estancias, van al patio. A la hora de la cena los veo sentados a la mesa y oigo el ruido de los cubiertos de plata sobre los platos de porcelana. Siguen haciendo las mismas cosas que hacían antes de que fuéramos sepultados, sin embargo, ninguno se ha dado cuenta de que yo sigo aquí: no me acostumbro al frío y a la oscuridad del cementerio.
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