Estaba sentado entre la espesa vegetación, indefenso. La serpiente pudo haberle inyectado su veneno. Pudo haberse tragado los cinco pies diez pulgadas de su cuerpo antes de que tuviera tiempo siquiera de esbozar una sonrisa. Y de repente él se voltea y le rodea el cuello, la cintura y las rodillas. Forcejean, con la bestialidad que supone la supervivencia; desconocieron el cálculo del espacio y del tiempo, allí, sobre la cama. En la mañana, él la despertó con tiernos besos; estaban en Isla Culebra, y el transbordador que los llevaría de regreso a sus respectivas vidas partiría a las seis.
Este texto es un capricho engendrado por el mito de la conspiración y la imprudencia del sueño.
ResponderEliminar¡No permitiría que hubiera un transbordador! ¡Lo quemaría! Quemaría el mar para no poder volver a salir de Culebra.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con el segundo comentario.
ResponderEliminarY benditos sean el mito y la imprudencia de una borícua.
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